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Protección de cosechas y entorno ambiental con técnicas integrales de manejo de plagas

por Redacción

Investigaciones realizadas en diferentes regiones demuestran de forma consistente que la dispersión de plaguicidas hacia localidades cercanas a campos de cultivo deposita niveles elevados de estos compuestos tanto en el aire como en el polvo de calles, patios y viviendas.

Adicionalmente, se ha comprobado que el riesgo de exposición en el ambiente por la dispersión de estos compuestos depende principalmente del tipo y cantidad de plaguicida asperjado, la altura del cultivo y la forma de aplicación, así como las condiciones atmosféricas, los equipos de aspersión y la velocidad con que se aplica. En invernaderos, la circulación de aire es insuficiente, provocando que se incremente la concentración del dióxido de carbono, la humedad relativa, las temperaturas. Asimismo, es frecuente que los jornaleros no respeten o no conozcan las instrucciones de uso y manejo de los plaguicidas, lo que aumenta la exposición, el riesgo y la probabilidad de afectación para la salud de las personas que trabajan en ellos.

Respecto al impacto que los residuos de plaguicidas causan sobre la salud de los seres humanos, el riesgo dependerá en gran medida de la magnitud y frecuencia de la exposición, de la toxicidad de la sustancia, así como de la vulnerabilidad de subgrupos poblacionales, principalmente niños y mujeres, a dichos compuestos. El impacto en la salud en población no expuesta ocupacionalmente a plaguicidas resulta por la exposición crónica a pequeñas cantidades de estos compuestos. Estos efectos se denominan de “largo plazo”, ya que pueden tardar años en manifestarse clínicamente. Tal es el caso de cáncer, efectos neurotóxicos, endócrinos, de la reproducción y otros.

La horticultura protegida es el sistema de producción realizado bajo diversas estructuras y cubiertas, entre los que destacan los invernaderos; su función principal es establecer las condiciones de radiación, temperatura, humedad y dióxido de carbono óptimas y apropiadas para generar la reproducción, desarrollo y crecimiento de plantas. Sin embargo, al igual que para las plantas, estas condiciones son ideales para el crecimiento y desarrollo de organismos tanto benéficos como perjudiciales, por lo que se originan plagas y enfermedades que implican mayor riesgo económico por tratarse de un sistema intenso de producción. Por tal motivo se recurre de manera continua a diferentes agentes químicos para la eliminación de dichos riesgos.

Los plaguicidas representan una de las familias de agentes químicos más empleados por el hombre, y se considera la medida más eficiente para el control de plagas agrícolas. Son utilizados ampliamente en todo el mundo, sin embargo la exposición a éstos sigue siendo un problema importante de contaminación al ambiente y daños en la salud de los seres humanos.

Muchos de los plaguicidas que se usan en la agricultura se aplican por aspersión de polvos o mezclas acuosas al follaje de las plantas y/o malezas que crecen junto a los cultivos. Estos se dispersan en el ambiente y afectan la salud de los trabajadores agrícolas que no utilizan equipo de protección, se acumulan en los suelos y aguas superficiales y son transportados por el aire a otros sitios en función de las condiciones atmosféricas. Los plaguicidas aplicados por fumigaciones aéreas pueden ser arrastrados por el viento a varios kilómetros de distancia del área donde se aplican. Además, otras sustancias en la formulación pueden tener potencial tóxico y acarrear un riesgo adicional a humanos y al ambiente.

Problemas en la producción y desequilibrios ecológicos debidos a uso irracional de plaguicidas

Por otra parte la utilización de agroquímicos en los sistemas de producción intensivos tiene una clara acción sobre la microbiota del suelo, afectando directamente las numerosas poblaciones de microorganismos nativos de interés biológico expuestas a este tipo de sustancias. Como consecuencia de la retención de ciertos plaguicidas en las partículas del suelo, microorganismos benéficos, como muchas bacterias presentes en la mayoría de los sistemas agrícolas, pueden sufrir alteraciones bioquímicas, disminuyendo su actividad como biofertilizantes y su efecto promotor del crecimiento de las plantas.

El papel de las bacterias en la biodegradación y transformación de los plaguicidas en el suelo es variable y depende de la disponibilidad, movilidad y toxicidad del plaguicida, las propiedades fisicoquímicas del suelo y del plaguicida, entre otros factores medioambientales. La aplicación de tecnologías químicas como lo son los agroquímicos tradicionales y/o de nueva generación con nuevas moléculas y sitios de acción tanto en el insecto como en la planta generalmente no está sustentada con suficiente investigación acerca del impacto del uso frecuente de insecticidas sobre la estructura y funcionamiento de los agroecosistemas. Por consiguiente, el uso indiscriminado de plaguicidas químicos, en vez de disminuir los problemas de plagas, frecuentemente los incrementa, conllevando serios problemas en la producción, bien sea por desbalances ecológicos o por la surgencia de resistencia de insectos y ácaros a estos productos.

A pesar de las aplicaciones excesivas de productos químicos para el control de plagas en varias ocasiones, se han generado ataques devastadores por algunos insectos que no pudieron ser controlados. El costo elevado dentro de la economía de producción, junto con las pérdidas cuantiosas por plagas fuera de control, ha representado serias limitaciones para la producción de cultivos. Además, las aplicaciones continuas de productos tóxicos plantean riesgos severos a la salud de los operarios agrícolas y de los consumidores, así como graves problemas de contaminación de suelos y aguas.

Los plaguicidas inducen daño oxidativo en el ADN, generando aductos de ADN –segmentos de ADN unidos a una sustancia química– y rupturas de ADN de cadena sencilla o doble. Algunos estudios realizados hasta la fecha han demostrado un aumento significativo en la inestabilidad del material genético en poblaciones expuestas ocupacionalmente a plaguicidas.

El uso de los invernaderos varía tan ampliamente de una región a otra o de un cultivo a otro, que no es posible ofrecer un prototipo de cultivo que sea representativo. Sin embargo, aquí se mencionan algunas labores culturales importantes para el desarrollo de cultivos en invernadero. Las labores culturales deben aplicarse antes del trasplante y durante el desarrollo del cultivo, a fin de tener una sanidad óptima para prevenir la aparición de plagas y enfermedades que puedan causarnos daños y de esta manera, obtener productos de calidad.

Con respecto a la sanidad y prevención de plagas y enfermedades dentro del invernadero esta actividad se deberá realizar de acuerdo con un programa aplicación de productos agroquímicos, sobre todo de fungicidas y bactericidas para prevenir infecciones que acarrearían problemas de sanidad al cultivo y a los trabajadores. Se debe de tener especial cuidado en la presencia de insectos dañinos para evitar la presencia de plagas y en algunos casos de virus que pueden acabar en 48 horas con un cultivo.

Como consecuencia directa del mal uso de insecticidas y de las denuncias hechas por biólogos y entomólogos científicos, dedicados a la agroecología profesional y al estudio del ambiente (de ninguna manera calificables como ambientalistas o ecologistas, pues estos movimientos son esencialmente políticos y por lo mismo científicamente pobres), durante los años 1960, y sobre la base del trabajo de verdaderos expertos en entomología económica, se amplió la definición de CIP dándole connotación ecológica. Es así como nace el MIP.

Es necesario manejar integralmente las plagas para evitar problemas que derivan de su combate químico, táctica casi única y universal que, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, se aplica para asegurar la protección de cosechas. Por lo menos debemos aprender a convivir con las plagas y reducir las aplicaciones al mínimo estrictamente necesario, pues es universalmente conocido que los insecticidas pueden:

  • Producir envenenamientos agudos fuera y dentro del ámbito agrícola; envenenamientos crónicos, carcinogenia, teratogenia o esterilidad, entre aplicadores y personal en fábricas, formuladoras, distribuidoras y almacenes;
  • Producir contaminación ambiental, interfiriendo en las cadenas tróficas y amenazando la supervivencia de especies inocentes así como inducir plagas resistentes a los insecticidas, por selección de las más adaptadas desde los puntos de vista morfológico, fisiológico y conductual;
  • Inducir nuevas plagas por selección de aquellas que eran secundarias, como ha sucedido con el complejo heliotis, muchos ácaros, pulgones y mosquitas blancas;
  • Inducir severas reinfestaciones de las plagas químicamente combatidas porque estas se recuperan más pronto que sus enemigos naturales, lo que obliga a nuevas aplicaciones; y
  • Encarecer cada vez más la producción por abatimiento artificial del umbral económico, ya que este es frecuentemente “definido” por los vendedores de insecticidas; definición, ya se dijo, absolutamente dudosa.

Los puntos anteriores establecen explícitamente que la utilización de insecticidas debería ser el último recurso de combate después de agotar las demás tácticas económicamente aplicables.

De no ser tratados adecuadamente, brotes iniciales de plagas y enfermedades en un invernadero pueden salirse de control

El umbral económico depende de la dinámica y fluctuación de las poblaciones y otras consideraciones económicas, las que a su vez dependen del control natural

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